En muchas sociedades, el paso de la condición infantil a la adulta se vehicula mediante un rito de paso, la iniciación. Por ejemplo, en cierta sociedad el niño es raptado y devorado metafóricamente por un monstruo: muere, así, en cuanto niño, y ha de afrontar una serie de desafíos que ponen a prueba su idoneidad, en especial su valor. En el curso de la iniciación adquiere un conocimiento especializado, esotérico. Tras superar la prueba, se reintegra a la comunidad como adulto, con un nombre nuevo y algún tipo de marca (cicatriz, mutilación ritual, etc.) que permite que los demás iniciados lo reconozcan como un igual. El iniciado tiene derecho a fundar una familia y participar en las instituciones. Quienes no superan la iniciación se convierten, en cambio, en marginados.
En las sociedades modernas, el ritual iniciático pervive como parte del protocolo de las sectas, sociedades secretas y otro tipo de organizaciones como la masonería. Como señaló el estudioso Vladímir Propp, quedan también huellas en el esquema de muchos cuentos maravillosos tradicionales: el héroe de los mismos se corresponde con el iniciando, y su lucha contra un monstruo o villano con poderes sobrenaturales es una metáfora de la prueba iniciática. Superada ésta, el héroe obtiene un tesoro (el conocimiento iniciático), el reconocimiento social a sus hazañas (el status de iniciado) y a menudo, la mano de la princesa (el derecho a fundar una familia).
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